
Yul y R en las montañas…
Siempre os hablo de mi amiga X, esa que es como una hermana para mí. La que hace ya un tiempecito que su novio ‘el innombrable’ la dejó y que ahora está mejor que bien. Pues esa, a la que le estoy aleccionando sobre la vida, la diversión y el sexo, se atreve a demostrarme su agradecimiento alquilando unas mini vacaciones en un bungalow en plena naturaleza. ¿De verdad? Soy la representación de una persona urbanitas, y mi mejor y amada amiga reserva cuatro días en un camping, oh my god! Pero para ser justos, yo a ella la llevo de locales swingers y demás experiencias sexuales, cuando ella es todavía muy novata, con lo que decido apuntarme a su aventura y así equilibrar la balanza. También estaba apuntado Susho a la excursión rural, pero el muy cabrón a última hora decidió coger un vuelo a Paris. Y es que desde que conoció a la gabacha está desatado con las francesas y sus costumbres. En fin… ¡Que le den!
El día antes de salir de aventura rural, me doy cuenta de que no tengo ropa de montaña y cojo del brazo a X y juntas nos vamos de compras. Necesito calzado, abrigo y ropa cómoda. Total solo me va a ver ella y unos cuantos árboles. Según me ha contado, muy emocionada, nuestro bungalow está colgando de un árbol y apartado del resto de civilización. Cada vez que lo pienso me entran ganas de coger el mismo avión que Susho u otro. Pero veo la cara de mi X y necesito seguirle el rollo, está de subidón. Cuando salimos del centro comercial cargadas de bolsas de ropa que nunca más me volveré a poner, reviso mi móvil y veo que F me anda buscando, tengo llamadas perdidas y mensajes en los que me invita a pasar el puente de la Semana Santa en Florencia. Casi me desmayo de la impresión. Después de darme aire con el móvil, gesto absurdo donde los haya, reacciono y sé que aunque me encantaría pasarme horas encerrada con el yogurín, ni de coña me voy a Florencia con el tal. Este se está equivocando de persona.
Ya llevamos dos días en el bungalow de los cojones jugando al parchís, a las cartas y demás juegos nada eróticos de mi querida amiga X. Tengo llagas en los pies de tanto andar por la montaña, y el aliento seco de tanta naturaleza. Este oxígeno tan puro me tiene mareada. Reconozco que el paisaje es hermoso pero con un día, unas horas, hubiera tenido más que suficiente…
En una de mis escapadas al baño he buscado por internet un plan alternativo, menos sano, más yo. Y aunque no lo he encontrado, sí he visto que a media hora hay un pub típico de pueblo. Convenzo a X para que esa noche vayamos a cenar allí.
Nos comemos unas hamburguesas grasientas que pienso quemar al día siguiente con una caminata aún mayor, pero aunque el bar es cutre, decadente, tiene algo que me gusta, seguramente sea el grupo de hombres corpulentos que hay en la barra bebiendo cerveza y gritándole a la pantalla que emite un partido de futbol. Son rudos, groseros pero es como el bar, tienen algo que me alegra, quizá solo sea que llevaba dos días sin ver gente.
En el descanso del partido, todos se piden otra ronda y empiezan a moverse. Dos de ellos, los más guapos y jóvenes van directos a jugar a la diana. Otros dos, se van al baño y otro espera en la mesa de billar.
Mi espíritu libre, mi osadía, mi espontaneidad y demás se ponen de acuerdo, y en cuestión de dos segundos estoy delante del de la mesa de billar, preguntándole si puedo jugar. El tipo me mira de arriba abajo, y es en ese momento cuando soy consciente de las pintas que llevo. Voy con pantalones de montaña, sudadera ancha, botas y una coleta. Cero maquillaje, no lo metí en la maleta, decidí darle un respiro a mi piel. Mala elección Yul. Pero el tío me sonríe y yo le vacilo, y él se ríe y empezamos a jugar.
Me he pasado la vida jugando al billar, mis padres tenían una mesa en casa, con lo que mis hermanos y yo pasamos muchas horas jugando. Se me da bien, y suelo ganar. Con lo que a media partida tenemos mucho público. Ya no miran el futbol, de repente somos la atracción del pueblo. Gano al don, fácilmente, y otros se pican y me retan, pero veo que X se ha ido con los dos de la diana, y yo no voy a ser menos. Ahí se quedan los palos de billar, diana allá voy. Reconozco que no soy tan buena, X lo es más. Hacemos equipo y ganamos. Entonces, los dos hombres jóvenes, rudos y rurales nos invitan a una copa y nos dicen sus nombres. Después de las presentaciones, aceptamos la copa y nos sentamos en una mesa. Hablamos, bebemos, hacemos piques de pulso, y demás chorradas, pero me río, me divierto y eso está bien. X está que se sale, algo nuevo se ha despertado en ella, y me gusta, me emociona que mi amiga sea cada vez más feliz.
Dos horas después, el pub decide que se ha acabado la fiesta, y lamentablemente no hay más locales por la zona. Todo el mundo a sus casas. ¡¿Cómo se puede vivir así?!
Al despedirnos de M y Ñ nos invitan a que los acompañemos al día siguiente a escalar. Y antes de que acaben la pregunta, X ya les ha dicho que sí. Me parto. ¿Qué le pasa a mi amiga? No pienso romperle el plan que tiene en su cabecita, sea cual sea, con lo que allá vamos Yul a escalar y a escalabrarte. Me arrepiento mucho, mucho y mucho de no estar en Florencia, pero ya es tarde…
Después de una hora de caminata, muchos chistes malos, y una clara repartición por parte de M y Ñ sobre a por quién van, yo estoy muy aburrida. No me ponen nada, pero creo que Marta y Ñ se entienden y yo me dejo conquistar por M, aunque no es real.
Empezamos a escalar y Ñ enseña a X, obvio, y M a mí. Ya en primer intento M me pone las manos en el culo. Sin dilación me giro y levantando mi dedo índice le advierto abiertamente de que no lo vuelva a hacer si no quiere problemas. M se acojona y no lo vuelve a hacer. Mientras X y Ñ son entrañables. Se manosean, se gustan, ascienden, X cae pero Ñ le ayuda, etc… Me aburrooo. Necesito largarme de allí cuanto antes. Entonces empieza mi momento, sé que algo bueno he hecho en el mundo porque lo que me pasa es una recompensa divina. Aparece un coche de la guardia forestal. Se baja un tipo duro, guapo, serio y cañón. Ese pa mí, me asigno rápidamente. Es R, amigo de M y Ñ que ha venido a comprobar que todo está bien. Nos presentamos, me mira, le miro y ya. Se acabó la fiesta. Suena un grito que sale de un aparato de dentro del coche y R corre hacia él. Después de unos segundos, asoma la cabeza por la ventana y se despide, tiene que seguir con su trabajo. Jodeeer…
Después de la mañana más aburrida del mundo, por fin nos vamos a la cabaña de encima del árbol. Estoy tan aburrida que solo quiero dormir, pero mi amiga quiere fiesta, y ha quedado con los de antes para hacer un café en el mega pub de anoche. No pienso acompañarla. Ya es mayorcita que vaya sola. Y al final sorprendentemente lo hace. Bravo X.
Son las siete cuando me despierto desorientada. Ha oscurecido y X no está. La llamo y no contesta. Me asusto. Me visto y cojo el coche hasta el puñetero pub. Veinte minutos después, le he pisado mucho al acelerador, estoy delante del pub. Entro y veo que X y Ñ están acaramelados en un rincón. Voy hacia ella cuando una mano me frena. Alguien me ha cogido de la cintura como si fuera una muñequita. Me giro con el puño levantado y antes de darle veo que es R. Me está sonriendo, de hecho creo que se está partiendo la caja. Es más creo que se ríe de mí. Será… Pero empieza el cosquilleo, ese que tanto me gusta sentir cuando tengo delante una opción. Una posibilidad, algo que me gusta. Mi cuerpo me avisa en forma de caminito de hormigas. No es amor, es emoción, novedad, morbo, conquista. Pero me gusta hacerme la dura, y le indico de la peor de las maneras que me suelte. Él no lo hace. Toma ya con el colega. Es la primera vez que un tío no se achanta conmigo. Oh oh problemas en el paraíso. ¿Qué se supone que hago ahora? No pienso claudicar, con lo que me acerco a él y enseñándole los dientes le digo muy bajito que me suelte. Él me mira muy serio, y yo me derrito porque me lo imagino con esa posesión entre mis piernas y me vuelvo loca. Pero sigue sin soltarme. Entonces me dice muy serio:
—Déjalos que se diviertan.
Acabáramos, en realidad no está interesado en mí, solo le interesa que su amigo y mi amiga se lo pasen bien. Vaya bajón… Parece leer mi mente, porque añade:
—Te invito a una copa.
Acepto de mala gana, solo quiere entretenerme para que X y Ñ puedan seguir a su rollo. R se pide un zumo, y yo enseguida busco la cámara oculta. ¿Un zumo este hombretón? Yo lo hacía más de wiski. En fin, me pido otro, no me apetece nada. Cuando nos los sirven, ambos fingimos que bebemos, mejor dicho lo finjo yo, porque él sí que le mete un buen trago. Sigue vestido igual que por la mañana y se me ocurre preguntarle si acaba de trabajar. Me mira de nuevo serio, empiezo a pensar que no es sexy simplemente es borde. Y responde con un simple monosílabo afirmativo. Necesito despertarme de la pesadilla, ¡YA!
Está bien, seguiré fingiendo que bebo. Al rato, me pregunta sin más:
—¿Lo has hecho alguna vez encima de una mesa de billar?
Parpadeo, abro la boca de par en par, me pellizco. ¿He oído bien? Sonríe, y espera mi respuesta. Vaya sonrisa más bonita que tiene el colega, debería sonreír más a menudo.
—Sí. —Le doy por respuesta, imitándolo. Y es la verdad. Con dieciocho años mi casa estaba libre y la mesa de billar allí, y yo tenía un rollete, y en fin… Os podéis imaginar el resto.
—Yo también, pero no contigo. —Ole, ole y ole. Qué descaro, que ocurrencia, que subidón. Pero le pienso vacilar, y le contesto:
—Lástima las cincuenta personas que nos rodean.
—El pub cierra, y hoy domingo antes.
—¿Y? ¿Qué propones? ¿Nos escondemos en los baños hasta que el dueño cierre y luego salimos y follamos como locos?
—El dueño soy yo, y eso facilita las cosas.
Don versátil, quién coño es este tío. Dueño del pub, agente forestal. ¿Algo más? Pero me centro en lo importante, y es que me parece una idea muy excitante que si sale bien podría acabar arreglando el desastre de vacaciones.
—¿Hora?
—A las doce cerramos. Ven a cenar con tu amiga, Ñ se encargará de ella después. Y tú y yo nos quedamos aquí.
Casi que me planto delante y le hago un ‘firmes’. Qué claridad, que seguridad, que masculinidad. Pues no se hable más, así será.
Un rato más tarde estoy duchándome e intentando sacarme partido con lo que tengo, que no es nada, excepto mi lencería. Esa siempre es high level. X y yo salimos hacia el pub. Otra media hora más. Cuanto tiempo desperdiciado por estar en un bungalow en lo alto de un pino…
Ya hemos pedido unas tapas, algo menos grasientas, y todavía no he visto a R. No sé dónde anda. Ñ acaba de llegar y X le invita a que se siente con nosotras. Joder, me asusta que X se encariñe con un tío que vive a tres horas, montaña arriba, de su ciudad.
Ya hemos cenado, o meneado la comida, porque está incomestible todo. La comida no es el plus de este pub de pueblo perdido de la mano de dios en la montaña.
Ya con un cafetito entre las manos, admito que está muy rico, veo que R sale de dentro de no sé dónde, quizá un despachito, y viene hacia nosotros. Recién duchado porque todavía tiene el pelo mojado. Con camisa de cuadros de franela y tejanos. Nada chic pero muy varonil y limpito. Se acerca a mí y me planta dos besos, qué bien huele. Nada de perfume. Huele a limpio, a jabón. Me gusta, es totalmente nuevo para mí. Pero yo huelo igual porque también me dejé el perfume en casa. Consideré que a las moscas les daría igual como oliera…
Coge una silla y se sienta con nosotros. Todos charlamos tranquilamente. Son las once y media. Me sube un cosquilleo cada vez que pienso en lo poco que queda para que empiece la diversión. X y Ñ empiezan a aislarse, como un par de tortolitos, y yo siento nauseas de tanto magreo dulzón. A mí me va otra cosa. Me va R, que apenas me ha mirado cuanto menos tocado o insinuado nada. Parecemos dos personas cordiales a las que les da igual el otro.
R se va a la barra y hace sonar una campana. Lo que leéis, una campana. Y todo el mundo protesta. Miro el móvil: las 23:45h normal que la gente se queje. Se disculpa y los hecha, literalmente. X y Ñ se van tan a gusto, mi amiga no protesta la muy jodia…
Cuando cierra la puerta, apaga todas las luces dejando solo las de encima del billar y las de emergencia. Muy estudiado lo tiene este. Sé que no soy la primera ni la última y me da igual. Al contrario cuanta más experiencia mejor lo hará.
No habla, directamente me coge en volandas y me sienta encima de la mesa. Va rápido el colega. Me dejo llevar, quiero descubrir más.
Se queda de pie entre mis piernas, que ha separado ligeramente. Me aparta el pelo hacia atrás, me estira suavemente de él hacia abajo, haciendo que mi cabeza vaya hacia atrás, y me come el cuello, la oreja. Guauuu la oreja, ya soy tuya R. Es uno de mis puntos G. Me suelta el pelo y mi cabeza vuelve a su postura natural hasta que me agarra la boca con la suya y de nuevo me inclino hacia atrás. Es rudo, violento. No se detiene, incluso me lastima levemente, pero es un juego que de momento me gusta. Juega con mi lengua hasta que me muerde el labio inferior. Duele, pero parece que sabe lo que hace y hasta donde tiene que apretar. Mis labios se hinchan de tanta intensidad, me escuecen, pero me gusta y excita. Cuando parece tener suficiente me mira y sin inmutarse me abre la camisa rompiéndome los botones. Será salvaje, es la única prenda que no me he comprado, la camisa era un regalo de mi amigo invisible, a modo de broma. Qué lástima de prenda. Debajo llevo una camiseta de franela que me quita de un plumazo, y por un momento se queda quieto admirando lo que ve. Se nota que le gusta porque sus ojos brillan durante unos segundos, pero como si fuese otra cosa más que molesta, me quita el sujetador de la Perla en un plisplas. Qué dominio que tiene el colega, y que cachonda que me tiene. Sin detenerse, me baja los pantalones y le sigue mi tanga, todo fuera, con un manejo alucinante. Cuando me miro veo que hasta las botas y los calcetines han salido de mi cuerpo. Estoy desnuda y casi ni me he enterado. Me he quedado de pie delante suyo, quieta, expuesta. Me contempla, parece que no hace más, pero entonces me sorprende poniendo mi camisa encima de la mesa, y seguidamente sentándome encima. Un detalle diez, no quiero coger nada raro. Hasta ahora yo no he hecho nada, y creo que me toca. Acerco mis manos hacia él con la intención de quitarle la camisa, pero me las coge y me las coloca de nuevo en su sitio. Él se desnuda, de la misma manera que a mí, rápido y sin contemplaciones. No está nada mal, pero lo que me tiene embrujada es su seguridad.
Estirada como estoy encima de la mesa de billar, él se sube y se pone de rodillas, facilitándose el movimiento. Empieza a besarme, de nuevo rudo, brusco. Sigue bajando hacia mi cuello, clavícula y se detiene en mis pechos. Los masajea, los muerde, los succiona. Después de unos segundos más, continúa descendiendo. Me atrapa el ombligo y juega con él. Casi me corta el rollo, detesto que me toquen el lazo más sagrado que tengo. Entonces, aprovecho para hacer que vuelva a subir, y le beso. Sin darse a penas cuenta, he cambiado nuestra postura y ahora soy yo la que está arriba. Sé dónde ha dejado el preservativo, y lo cojo. Se lo coloco cuidadosamente, no sin masajearle y asegurar su dureza. Ya está todo listo para empezar a cabalgar. Me encanta ponerme encima y ser yo la que lleve el ritmo. Mientras, me acaricio el clítoris, pero él al verme me aparta la mano para meterla él. Se deleita con mi bolita y yo cada vez más excitada, me muevo con mayor ritmo. La excitación, el morbo del lugar hace que dejemos de hacer nada excepto cabalgar, y dos minutos más él se corre. Parece que es de los que cumple porque me vuelve a girar, y de nuevo yo abajo, se dirige directamente a mi centro. Me lame de arriba abajo, se detiene en mi clítoris, vuelve a succionar y al poco soy yo la que me dejo llevar.
Me mira, me sonríe y ya está. La fiesta se ha acabado, parece que no es de los que espera a que la máquina se reactive, o de los que, como mi yogurín, no necesita esperar porque la bandera siempre está arriba. En fin, no ha estado nada mal, R me ha alegrado la dichosa escapada de mi amiga X a la montaña.
Mañana regresamos a casa, ¡qué ilusión!
¡Hasta pronto!