
Yul en ‘El Pantera’
Lunes, 9 de marzo
Hola, aquí estoy de nuevo después de un fin de semana cargado de muuuucho sexo. El sábado por fin pude probar el nuevo local del que tanto os he hablado, y seguiré hablando porque ahora que lo he probado pienso repetir… El ‘Pantera Negra’ es realmente espectacular. Nuevo, con estilo y gente con clase. ¿Se puede pedir más?
Sigo insistiéndole a mi amiga X para que me acompañe, pero no hay manera. Siempre me contesta lo mismo—: Yul, ya sabes que no me gustan esos sitios, y además no me veo capaz de probar ese tipo de sexo… Y yo siempre le rebato lo mismo—: alma de cántaro, pero ¿cómo puedes saber si te gusta o no, si no lo has probado? Y así es como finalizan siempre nuestras conversaciones sobre los locales swinger, ‘de momento’, porque seguiré insistiendo, ahora que no está el pelmazo con el que estaba, mi amiga X debe (en imperativo) disfrutar, probar, experimentar, saborear… Vamos echar un buen polvo, como mínimo.
El hecho de que X no venga no me frena. Llamo al que se ha convertido en mi amigo/compañero/derecho a roce, Susho. Desde que disfrutamos de nuestra primera aventura sexual, lo nuestro se ha convertido en algo muy especial.
Después de una cena más que maravillosa, Susho es muy elitista, le gusta lo bueno y como se lo puede permitir, pues lo disfruta y hace que yo lo disfrute con él. Yo no gano la pasta que gana él y aunque no me puedo quejar, da para lo que da, y me gusta repartir mis billetes entre todos los fines de semana del mes. Si tuviera que pagar el restaurante de esa noche, me hubiera tenido que quedar sin salir, mínimo, dos fines de semana. ¿Estamos locos? Pero como mi coleguita se las marca bien, paga amablemente la cuenta de ambos, y yo no me hago la digna, acepto con la mejor de mis sonrisas y le prometo el mejor café para el lunes siguiente.
Ya en la puerta del Pantera Negra flipo y reflipo con la fachada del local. La puerta enorme por la que se entra y sale, es la boca de una pantera, redundante decir que es negra. A la boca le sigue el resto de cabeza y cuerpo, ocupando todo el ancho y alto de la enorme fachada. Es enorme, y no le falta detalle. Ha sido una writer* de renombre la que se ha currado la obra de arte. ¡Qué envidia me da la gente que dibuja tan increíblemente bien!
El grafiti me deja tan impresionada que apenas reparo en la gente que nos rodea a Susho y a mí en ese momento. Solo sé que hay mucha gente a mi alrededor y que se respira mucho estilo. Me llegan olores carísimos y vestimenta que luce con clase en cuerpos cuidados, seguramente arreglados en varios, muchos quirófanos.
Cuando entramos, la música suena con una calidad asombrosa, y la decoración es toda muy salvaje, siendo la pantera la protagonista. Una vez pagamos nuestra entrada que nos da derecho a una consumición, Susho y yo nos dirigimos a la barra para hacer uso y disfrute de nuestro regalo (aunque más que pagado porque la entrada es un pelín cara, pero visto lo visto, creo que es un precio muy justo). Me bebo tranquilamente mi Gin Yune mientras observo cada detalle del local, y a cada persona, esta vez miro quizá más a las personas que al local, al fin y al cabo, estoy ahí para algo más que tomarme una copa en un nuevo local. Tras el último trago, le digo a Susho que quiero seguir visitando el local. Él en seguida me entiende, sabe a qué me refiero. Ver el ambiente sexual que se respira en ese tipo de locales me pone mucho, y a mi colega también. Ambos nos cogemos de la mano, y juntos nos adentramos a la siguiente sala que nos espera, y ¡sorpresa! Normalmente, después de la primera sala con su barra, le sigue ya el espacio destinado a la práctica del sexo, o como mínimo los preliminares más explícitos que pueda haber. Sin embargo, aquí no es así. En el Pantera hay una sala enorme con bastante iluminación. Uauuu, se ve a todo el mundo súper bien. Las luces cálidas, a veces demasiado escasas, han sido substituidas por luces más subiditas, mezcladas con algún color. Todo muy bien escogido. Taburetes que rodean la gigante barra de la sala. Sofás, sillones, mesas auxiliares donde apoyar la copa. Parece que la antesala no es más que un previo donde tomarte una copa rápida, y esta donde pasar más rato y pagar otra pasta por otra copa más. Susho, de nuevo se ofrece a invitarme a otra copa, pero yo declino la invitación. He venido a follar no a beber hasta perder el sentido, coño. Quiero seguir visitando el local, parece que han querido ser diferentes y me intriga lo que me puedo encontrar. Además, en esa sala la gente solo habla, algunos bailan o mejor dicho se mueven sutilmente al ritmo de la música, mientras se restriegan sensualmente en el paquete de su pareja, o es su pareja la que se restriega, depende. Pero a mí, ese espectáculo me está pareciendo muy discotequero, poco local swinger.
Avanzamos, y nos encontramos con un enorme y amplio pasillo, mucho más oscuro que la sala anterior. El cambio de intensidad lumínica hace que apenas vea, hasta que me acostumbro de nuevo a la poca luz. El pasillo tiene varias entradas a los lados. Sin tiempo que perder, me adentro en él y miro puerta por puerta su contenido. La cosa se pone interesante. La primera puerta, forma de decirlo porque puerta física no hay, es una enorme sala llena de duchas y taquillas. Bien pensado. Hay personas que vienen vestidos de una forma, bolsa en mano, y cuando llegan al local, lo primero que hacen es cambiarse. A veces es espectacular el cambio que hace según quién. Aunque no tanto como el desfile que se monta todas las noches en mi querido Cap d’Adge (Francia), de eso os hablaré en otro post.
La siguiente puerta (de nuevo inexistente) da a una sala donde solo hay una gigante, enorme, súper grande, cama redonda. Y ya hay varios que están pasándoselo bien. Me detengo, sigo sin reconocerme voyer, pero sí reconozco que ver a personas practicar sexo hace que me ponga a tono enseguida. Después de mirar durante un par de minutos, y de dejar que Susho me acaricie la espalda, y acabe con su mano en mi culo, dándole un sensual masaje, proseguimos con la excursión.
Recorremos más salas, todas ellas muy nuevas, muy bien decoradas, pero con la misma finalidad que en el resto de locales swinger, no podía ser de otra manera. Ya os he contado en otras ocasiones, que el rollo sado no me atrae, con lo que siempre son dos salas mínimos las que descarto porque es allí donde se practica. Sin embargo aquí, he visto ya tres salas destinadas a ello, y todavía no hemos acabado la visita. Joder… Estoy delante de una puerta cerrada y veo que hay una luz roja encendida. Eso hace que mi parte más cotilla se despierte y quiera abrir. Pero solo por acercarme, sin ni siquiera tocar el pomo, siento una enorme mano en mi hombro que me frena delicadamente. Al girarme veo a un tipo muy musculoso que me dice de forma amable que la puerta no se puede abrir hasta que la luz cambie a verde. ¿En serio? Ahora no me pienso mover de la puerta. Susho, que me conoce muy bien, se me acerca y me pide de la mejor manera que desista en mi empeño. Yo no quiero, y sigo mirando la lucecita esperando su metamorfosis. Pero nada… Al final, entiendo que el hombretón barra persona de seguridad no me ha permitir la entrada, con lo que prosigo mi camino, con gran decepción. Pero todavía no me he movido tres pasos, cuando de nuevo la voz del seguridad suena emitiendo las siguientes gloriosas palabras—: Señorita la sala está disponible. —Yo me giro y miro la luz, efectivamente está verde. Sin contar con la opinión de Susho, me apresuro hacia la puerta fijando mi vista en la luz, como si temiera que antes de dar mis tres únicos pasos pudiera volver a cambiar y yo quedarme sin entrar. Cuando asomo mi cabeza por la puerta, me encuentro algo inusual y decepcionante a la vez. Ante mis ojos una habitación con una cama y poco más. ¿Qué broma es esta? Me giro hacia el seguridad con mirada interrogativa, y él que parece entenderme me explica que entre y experimente. Miro a Susho, esta vez mi mirada es de súplica y él cede a mi petición. Entramos y la puerta se cierra sola. ¡Coño! Siento un momento de pánico mezclado con placer o algo parecido. Es una situación tan diferente que hace que me sienta extraña. Me dirijo a la cama, y cuando voy a sentarme descubro que la pared de delante no es un tabique opaco, sino una ristra de vidrios traslucidos donde se aprecia otra habitación igual que en la que estoy, con una cama también, pero esa ocupada con tres personas, dos chicos y una chica entregados al sexo más difícil visto hasta ahora, ni en el libro del Kamasutra había visto esas posturas difíciles y excitantes. Me está poniendo muy cachonda lo que veo. Me acerco más a los vidrios para verlos bien, y Susho me imita. No hablamos, sobran las palabras. Susho me vuelve a acariciar la cintura, a masajear el culo, pero esta vez no se detiene. Llevo una minifalda muy corta, y cuando dejé mi bolso en la taquilla, me aseguré de guardar bien mi tanga. Me excita ir ligerita de ropa. Con todo al aire, a Susho no le cuesta llegar a todo mi esplendor y acariciarlo a sus anchas. Yo ya estoy mojada, sigo mirando a esos tres y sus posturas imposibles, y me excito. Ahora Susho, cada vez más animado, se ha arrodillado y me está comiendo el clítoris. Estoy a punto de correrme, y… Ohhhh qué placer más increíble con solo mirar a esas personas, y por supuesto con el curro de Susho, que sabe muy bien lo que se hace.
De repente, las tres personas que tenemos delante paran su actividad y se giran hacia nosotros. Lo primero que siento es sorpresa, seguida de miedo. Por alguna extraña razón creía que ellos no podían vernos a nosotros, seguramente sea porque llevábamos rato ahí y todavía no se habían distraído de sus quehaceres. Susho y yo nos miramos extrañados, preguntándonos cuál será el siguiente paso. Los tres se sientan a los pies de la cama, uno al lado del otro de cara a nosotros. Mientras nos miran siguen con sus caricias, el primer chico le acaricia el pene al chico de al lado y este le acaricia a ella de arriba abajo, sin dejar de mirarnos ninguno de los tres.
Susho parece que pilla el rollo y me coge de la mano llevándome hasta la cama. Allí me desnuda y se desnuda, parece que nos toca a nosotros exhibirnos. No lo he probado nunca. Siempre que he disfrutado del sexo, y lo hago muy a menudo, lo hago en lugares privados donde solo me ve aquel o aquella con quien estoy, y alguno que pueda pasar por al lado. Pero esto es diferente, ellos están esperando que Susho y yo follemos mientras nos miran. No sé qué hacer. No sé si me gusta la idea. Susho me está leyendo mis pensamientos y me coge de la barbilla, hace que le mire y me sonríe. Espera mi confirmación. Me giro a mirar a aquellos tres desconocidos que siguen en la misma postura, con sus caricias incluidas. Miro a Susho, y en silencio le doy la aprobación. Es la primera vez que me siento cohibida y reconozco que necesito probar esta nueva aventura y descubrir si querré más o no. Susho me acaricia y besa el cuello, bajando hasta mis pechos desnudos y expuestos. Mientras se entretiene con un pezón para mordisquearlo, mira descaradamente hacia ellos. Yo quiero mirarles pero siento cierto pudor y lo evito. Susho se entretiene con el otro pezón, juguetea con él, lo muerde, lo succiona, lo lame, sin apartar la mirada de ellos. Parece que sabe lo que hace y que le excita. Más tarde supe que no era su primera vez. Yo empezaba a entrar en el juego, no por ellos sino porque Susho sabía muy bien jugar con mis tetas. Cuando acabó con ellas, me dirigió hacia la cama y me sentó a los pies, igual que los de la otra habitación. Me abrió delicadamente las piernas, dejándome expuesta ante los desconocidos que no apartaban la mirada. Por primera vez desde que se habían sentado a vernos, pude mirarles. Aunque seguían magreándose, sus ojos estaban clavados en nosotros. Seis ojos atentos a nuestros movimientos, y en ese instante los seis dirigieron su mirada hacia mi centro. Susho se subió a la cama y se puso de rodillas tras de mí. Empezó a frotarme de nuevo mi clítoris, y eso me excitó. De nuevo los miré, habían parado de tocarse, se habían levantado y se acercaban a los vidrios, igual que lo habíamos hecho nosotros minutos antes. Por una extraña razón, empecé a sentirme bien con aquella nueva situación y me apeteció tomar algo de iniciativa. Después de dejar unos segundos más que Susho me acariciara mi clítoris, y casi al punto de llegar al orgasmo, me giré y poniéndolo de costado y yo también, le hice una mamada. Se la comía mientras miraba a aquellos tres desconocidos que ahora estaban pegados a los vidrios, absortos en nuestro juego. Lo que instantes antes me había parecido incluso sucio, ahora me parecía morboso y excitante. Una mano la utilizaba para jugar con la polla de Susho, mientras con la otra me masturbaba. Fueron pocos los segundos que pasaron antes de que ambos llegáramos al orgasmo. Susho no se lo pensó, cogió un preservativo y poniéndome a cuatro patas me penetró. De nuevo la postura mostraba perfectamente nuestro juego a aquellos tres desconocidos, que por la razón que sea, estaban allí de pie mirándonos, pero mucho más activos que segundos antes.
El polvo fue salvaje, colosal, y mientras follábamos podíamos ver como aquellos tres de nuevo se iban a la cama y volvían a recuperar aquellas posturas imposibles. El morbo, la pasión incluso la lujuria formaban parte de aquel momento que llegó a su cumbre con un gran estallido por nuestra parte.
Cuando acabamos, aquellos ya no miraban, seguían entretenidos entre los tres. Nosotros nos vestimos y salimos de la sala.
Todavía hoy no me ha quedado muy claro, si aquellos tres salieron en algún momento de la habitación para que otros pudieran entrar, aunque eso no es lo que importa. Lo realmente importante es mi descubrimiento sobre mi parte exhibicionista, no la conocía y me encanta.
¡Hasta la próxima!
para mayores de 18 años!
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El contenido es fruto de la ficción creada por Ammi Roam, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
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