
Yul y el amigo de V
Lunes, 25 de enero
¡Hola compis! Hoy os traigo una historia muy suculenta que he vivido con el amigo de mi vecino. No me enrollo más, que empiece la historia.
Mi vecino, V, un tipo majísimo y homo, es soltero y un apasionado del arte y la cocina. Tengo mucha suerte de vivir justo al lado suyo porque son varias las ocasiones en las que me da a probar sus platos, y hasta hoy puedo decir que son a cual más exquisitos. Nuestro bloque de pisos es pequeño, somos dos vecinos por planta. Nosotros vivimos en la sexta y última, y eso nos da cierta libertad para poder hacer cenas hasta altas horas de la noche sin molestar demasiado. Tanto V como yo somos jóvenes y solteros, y entendemos nuestras respectivas vidas, además se parecen bastante…
Hace unos días, al salir del ascensor, me encontré con un tipo en el rellano. Me sorprendió bastante porque no lo había visto antes, y conocía a casi todos los ligues de V. Aquel tipo era rudo, fuerte, bastante alto, no sé, rollo osito. Todos los pelos de la cabeza los tenía en la barbilla porque tenía una barba oscura, tupida y larga. Me fijé en los aros que cubrían sus orejas, y en los tatuajes que tenía por toda la piel descubierta. Después descubrí muchos más…
Nos dijimos un simple hola mientras nuestros cuerpos chocaron torpemente al cruzarnos en la puerta del ascensor. Por lo que sea no calculamos bien las distancias. Al pasar por mi lado dejó una fragancia muy varonil, todo en él parecía muy masculino.
Tardé un poco más de lo habitual en buscar las llaves en mi bolso, con la intención de que en cuanto el ascensor bajase, llamar al timbre de V.
—Hola vecina —me saludó en seguida V. Nos llamamos así de forma cariñosa desde siempre. —¿Quieres pasar?
—Hola amor, la verdad es que solo quiero cotillear. Acabo de ver a un pedazo de hombre barra oso, y quería saber de tu nueva conquista, pillín.
—De conquista nada, guapa. Ese es más hetero que tú. Es de los que no tocan a un hombre ni con un palo —mi querido V es tan fino hablando como yo… Otra cosa que tenemos en común.
Seguimos hablando dos minutos más, en los que me aclaró que el oso, su amigo, era un gran amigo suyo que después de graduarse se fue a Alemania para hacer de becario y hasta hoy. Allí conoció a su gran amor, esa que ahora le había dado la patada, y la razón por la que el oso se encontraba en España. Necesitaba unas vacaciones para lamerse la herida. Y, V era la mejor de las curas, piso incluido. Total que durante un par de semanas íbamos a ser tres en lugar de dos.
Al cabo de dos días, V me dijo que cenara con ellos, algo habitual entre nosotros. Nuestras cenas eran en el sofá de su casa, o en el de la mía, en pijama o chándal. Supongo que fue por inercia, que al volver del gimnasio, ya duchadita y con mi chándal puesto, entré en casa, deshice la bolsa del gimnasio y llamé al timbre de V.
¡Tachaaannn! El oso me abre la puerta con una gran sonrisa. Lo miro de arriba abajo, sin cortarme un pelo, y veo que su estilo es una mezcla entre Hipster y Swaggers. Su barba, sus aros, sus tattoos acompañando a sus pitillos, su sudadera de marca y unas zapatillas que son el último grito. Todo muy estudiado. ¿Pero no era este el que tenía que lamerse la herida? En fin… Menos mal que mis chándales son súper molones porque si no me muero allí mismo de la vergüenza.
Me invitó a pasar al tiempo que me decía su nombre y me daba dos besos. Nuestros pisos son muy parecidos, y ambos tienen un pequeño recibidor que da directamente a un salón con cocina americana, donde se encontraba V abriendo una botella de vino.
Nos tomamos una copa mientras V acababa la cena, y charlamos un poco de nuestras vidas. V hacía de hada madrina, estaba claro que buscaba que tuviéramos un affaire en esos días. Menudo es V. Total que aquella noche cenamos todos tranquilitos y en paz. Sin coqueteos, ni miradas caídas, ni provocaciones. Yo estaba en chándal joder.
Llegó el viernes, y con él FIESTA. Bien, a veces mis fiestas empiezan los jueves, pero intento esperarme al viernes, porque me conozco y después no atino en el trabajo. Pues ese viernes había quedado con unas compis del trabajo para cenar y demás.
Ya vestida con camisa blanca ajustada, falda negra de tubo y tacones de vértigo, me encanta ese conjunto, es como muy provocador, como muy retro… Salgo de mi casa y de nuevo: tachaaaannn: el oso con súper nivel. Esta vez en lugar de sudadera llevaba una camisa que solo él sabía lo que le había costado, otros pitillos, esta vez en negro y unos botines anchos y desabrochados. Todo en él era tentador, gamberro, sexy, morboso… Y sus tattoos me tenían muy loca.
—Hola, ¿qué tal? —le saludo.
—Ei Yul, ¡qué guapa estás!
Guapa dice, claro, es que la otra vez iba en chándal y con coleta. Mi pedazo de melena rubia de bote, pero que me cuesta una pasta mensual, recogida en una coleta y encima mal hecha. Un chándal y unas deportivas. Ni pizca de maquillaje. ¡Lo que no sé es como me estaba reconociendo!
Ambos íbamos a montarnos en el ascensor. ¡Joder! Dichoso momento incómodo. No me gusta compartir el ascensor con alguien que no conozca demasiado porque no sé qué decir, y odio las conversaciones de pasillo… Pero por suerte, el oso empezó a contarme su plan de esa noche. Había quedado con su antiguo grupo de amigos. Cena y copas… ¡Anda! Pero si ya estábamos saliendo del edificio, era parlanchín el tío.
Decidimos compartir un taxi.
Oso seguía hablando, creo que en ese momento me contaba algo sobre los restaurantes, la verdad no le estaba prestando atención a sus palabras porque estaba entretenida con el tatuaje que tenía en el cuello y que acababa en su oreja derecha. Parecían como tentáculos de pulpo, sin serlo. Necesitabas ver la otra parte para entenderlo, pero eso también lo supe después…
Cuando llegué a mi restaurante, le di mi parte del trayecto y nos despedimos con una gran sonrisa y dos besos. A ver, a ver, un momento, ¿este tío me acaba de dar el segundo beso en la comisura de mi boca? Tenía prisa, mis amigas estaban justo en frente, en la puerta del restaurante, tenía que irme…
«Porque tengo que irme, porque si no deberías aclararme este beso, y quién sabe cómo acabaría esto… » Dijo la voz de mi cabeza. En realidad solo le dije que se divirtiera mucho esa noche y me fui. No volví a verlo en todo el fin de semana.
Llegó el lunes, peor día de la semana con diferencia. Los lunes toca pizza para al menos tener un aliciente durante el puñetero día. Mi rutina siempre es la misma. Salgo de trabajar. Me voy al gimnasio. Salgo del gimnasio me voy al súper. Compro para toda la semana y escojo una pizza. Me voy a casa, mientras la pizza se hornea, guardo la compra. Me como la pizza, pienso que al día siguiente tendré que matarme en el gimnasio para quemarla. Me voy a dormir.
Ahora me encontraba en el momento, he llegado a casa, tengo que guardar la compra, y meter la pizza en el horno. Voy en chándal. Y de repente se me ocurre una idea muy loca y excitante, de esas que utilizas cuando te das placer con el consolador de turno. Pero, ahí estoy yo, cambiándome de ropa, con lencería más que sugerente y una batita de estar por casa. No te engañes, la bata era de raso rosa, semitransparente y con encaje negro. Tengo trapitos para todo, soy una fanática de la ropa y sus complementos, e internet te abre un mundo de posibilidades para todos los gustos y bolsillos.
Ya vestida y algo maquillada, natural, que no se note. Me voy a llamar al timbre de V, sabiendo con certeza que V no estará porque todos los lunes acaba muy tarde de trabajar.
Allá voy, probando suerte. Llamo al timbre. Me quedo sin respirar para que nada interrumpa el silencio que necesito para oír detrás de la puerta. Uno, dos, tres, cuatro, cinco…oh, oh, mi plan se va a la mierda. Seis, siete, ocho… mejor me voy para mi casa. Nueve y… Ostras, sí que hay alguien.
El oso aparece en la puerta, mojado hasta las trancas y con una toalla enganchada en la cintura. Ese cuerpo mojado, lleno de tattoos es puro morbo. No es el típico cuerpo musculado, y sin embargo tiene algo que me excita. Joder con el oso.
Con cara inocente, como si me paseara por mi casa con esas pintas, le pregunto por V. Él, que no ha dejado de comerme con los ojos, me informa de que todavía no ha regresado del trabajo. Como si no lo supiera… Entonces le digo que necesito un poco de queso. Que me he comprado una pizza y al abrirla he descubierto que tenía poco o nada. Excusa cutre donde las haya. Él me invita a pasar. Se dirige a la cocina para abrir la nevera y busca el queso. Yo le sigo. Hago como que la bata se me abre en un descuido cuando él se gira para que escoja entre tres quesos diferentes, y es que V tiene de todo por triplicado en la cocina.
Al ver mi bata abierta, sus ojos se abren y su boca enmudece. Mira fijamente mis pechos y luego mis ojos. De ellos de nuevo a mis pechos, que tapo poco, muy poco, cuando me coloco la bata de nuevo. Me encanta ver que mi provocación surge efecto, es algo que me pone muy cachonda, excitar a un hombre sin siquiera tocarlo o que me toque.
Oso se acerca un poco más, aun con los quesos en las manos. Yo, tiro de uno de ellos y le sonrío. Él mira el resto de quesos, parece que se había olvidado de ellos, y los tira encima de la isla. Se acerca un poco más a mí. Yo no me muevo. Estamos a escasos centímetros el uno del otro. Su respiración está agitada. Puedo sentir su aliento en mi cara. Sus pupilas están dilatadas, pero no actúa, no hace nada.
Me decido a irme, creo que no está preparado para un encuentro. Quizá es de los que se dejan llevar por la moral y la ética, esas que hacen que el sexo pueda parecer algo sucio en según qué circunstancias.
Le doy las gracias y me giro para andar hacia la puerta. Él me sigue de cerca pero sin tocarme. Cuando voy a girarme de nuevo para despedirme, ya me había hecho a la idea de que mi plan había fracasado estrepitosamente y de que seguramente los lunes no eran un buen día para intentar nada divertido, oso me coge del cuello, fuertemente, y me lleva hacia él. Me besa, o mejor dicho me come la boca, cuello y orejas. Se entretiene en ellas. Dios, eso me vuelve loca. Se separa unos centímetros, de forma brusca y me abre la bata de forma salvaje. Se para a mirarme. Llevo un conjunto de lencería de encaje de color negro, con algunos toques de rojo. Lencería sexy siempre. Me arranca, literalmente, el sujetador, todavía me pregunto cómo lo hizo. Y me levanta en volandas para sentarme encima de la isla. Se quita la toalla, dejando al descubierto una bonita y dura polla, y me pregunta si tengo preservativos. Espera, ¿qué? ¿Cómo? ¿En serio? Pues sí, parece que el chaval no venía preparado de Alemania para estos menesteres. Pienso en V, y en que debe tener un gran arsenal en alguna parte, pero ninguno quiere buscar en sus cosas. Está bien, nos mudamos. Se coloca la toalla de nuevo, me pongo la bata de nuevo, el sujetador lo llevo en la mano porque se lo ha cargado. Al verlo, me sonríe y se disculpa. Le digo que espero que merezca la pena, y como respuesta me empotra contra la puerta, de espaldas a él y mete su mano por delante hasta mi vagina. Joder… Estoy muy mojada, y eso le excita mucho. Me muerde el cuello, mientras me toca toda mi vulva. Me aparta la bata, y mira mi culo. Entonces hace un par de exclamaciones con muchos improperios y me pide que vayamos a mi casa.
A mí me tiene loca, excitada, y casi sin fuerzas para andar, pero no nos queda otra. Necesitamos el protector… Pasamos al rellano, abro la puerta, pasamos, cierra tras él. En esos segundos de tiempo he pensado que me apetece un poco de sexo salvaje y no rollos de cama. Con lo que le digo que me espere, en la misma isla de antes, pero esta vez mía. Cojo un preservativo y se lo entrego. Por el camino, me he quitado la bata. Un estorbo menos. Le tiro de la toalla, que en seguida cede, y se queda de nuevo desnudo y con la certeza de que se alegra de verme. Le entrego el preservativo. Él lo coge y de nuevo me sube a la isla. Parece que ha entendido mis deseos sin explicárselos. ¡Bravo oso! Se pone el preservativo, me inclina hacia atrás. Me abre las piernas, que previamente he flexionado, encima de la isla. Mi vulva queda expuesta en plenitud. Me mira, la mira y arremete contra ella a lametazos. Me lo come todo con fuerza. El roce de su barba y su brusquedad están haciendo que me vuelva loca. Gimo y le hago saber mi excitación. Juega con mi clítoris a la espera de que me corra. No tardo, en dos lametazos más llega el orgasmo esperado. Me sale el último gemido, con grito incluido. Ha sido apoteósico. Sin más dilación, se pone el preservativo y me coge en volandas encima de él y me penetra. Qué fuerza que tiene el oso. Y qué pasión. Embiste como si no hubiera un mañana. Me cojo fuerte de su cuello, y le miro. Es espectacular ver la pasión y fuerza que tiene. Seguimos así unos segundos más, hasta que oso llega al orgasmo. En seguida me deja en el suelo, y es que debe de estar agotado. Me sonríe, mientras comprueba que el preservativo ha hecho su uso sin defectos. Me encanta ese gesto en los tíos, demuestra responsabilidad. Le enseño el cubo de basura que hay dentro del armario para que pueda tirarlo. Cuando lo hace, me mira como expectante, seguramente espera que yo le diga cuál es el siguiente paso.
—Oso, ha estado muy bien, pero yo mañana madrugo. —Le digo despejando todas sus dudas.
—Sí, claro… Me marcho. A mí también me ha gustado mucho. Hacía tiempo que no disfrutaba, ya sabes…
Nos damos dos besos, después de lo que habíamos hecho, y nos damos dos besos. A veces podemos resultar del todo ridículos…
El jueves por la noche, mientras recogía la bolsa del gimnasio, sonó el timbre. Antes de abrir, sabía que era Oso con cualquier excusa. Como había hecho yo unos días antes. Y, al igual que él, abrí la puerta envuelta en una toalla y con muchas ganas de pasarlo bien.
para mayores de 18 años!
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El contenido es fruto de la ficción creada por Ammi Roam, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
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