Yul y Marco…

El diario de Yul

Yul y Marco…

Lunes, 16 de diciembre

¡Hola compis! ¿Qué tal lleváis el lunes? Yo de resaca sexual. Después de mi corta aventura del jueves, tuve que pasarme el finde de fiesta en fiesta para acabar lo que inicié con Marco. Ahora te cuento, solo pensarlo me vuelvo a encender. ¡Joder con Marco! ¿Quién lo iba a decir?

¡Llevaba una semana de perros! En la oficina todo era caos, ruido, malas caras y muchos nervios mezclados con algún grito ocasional. El jueves se esperaba la visita de un cliente muy importante y todo tenía que estar perfecto. El director de márquetin me había exigido, y utilizo la palabra exigir porque todavía me sorprende que mi compañero y amigo, me hablara en ese tono tan imperativo e impertinente… que tuviera preparado un dossier de 100 páginas explicando mi trabajo. ¡Había perdido la cabeza! ¿Cómo iba a hacerlo en tan poco tiempo? Pero no me quedaba otra, aunque fuera el borrador del previo, tenía que hacer un Excel con muchos colores y gráficos para que al menos pareciera que trabajábamos duro. Después de meter la cabeza dentro de mi ordenador durante esos días, sin sacarla apenas para dormir cinco horas, el jueves a las nueve de la mañana estaba con mi informe en la mano, e impolutamente arreglada con mi vestido camisero, corto y negro de Krisa, una de mis diseñadoras favoritas.

A las diez todo el mundo estaba en su sitio, en un silencio sepulcral, por no oírse no se oían ni las teclas de los ordenadores.

Se abrió la puerta del ascensor, nuestra oficina está en el ático de un edificio en plena diagonal, y apareció el cliente, y toda la caballería… Madre mía, ¿pero cuánta gente trabajaba en esa empresa si para una primera reunión, han venido diez personas desde Italia?

El cliente, X, una empresa italiana fabricante de pasta fresca, quería introducir su producto en España y para ello había escogido nuestra empresa para hacer su sueño realidad. Mi empresa, se dedica al posicionamiento de nuevos productos y marcas en el mercado español. Pero no quiero aburrirte con estos y otros temas, vamos a lo que nos concierne.

Aparecen tres tíos uniformados y con maletines en sus manos, parecían trillizos. Después de ellos, entran dos mujeres, una de unos sesenta pero con un estilazo que flipas, y otra mucho más joven, pero igual de elegante.

Ya van cinco personas, y todavía no se ha acabado el desfile. Falta el sexto y último que podía montar en el ascensor, máximo 6 personas. Y ahí está ÉL. Por dios casi me atraganto con mi propia saliva en el intento de no babear y tragarla rápidamente. Cómo se pueden hacer seres humanos tan perfectos.

Marco, el director ejecutivo de la empresa, un hombre de unos cuarenta y pocos, moreno, con traje italiano exquisito, parecía que estaba pintado en su piel. Todo en él era un sueño erótico hecho realidad. Creo que emanaba sexo por cada uno de los poros de su piel. Parecía llevar escrito: Si follas conmigo tu vida nunca volverá a ser la misma.

Y ahí estoy yo y mi cabeza calenturienta, imaginando cuántas posturas podríamos llegar a hacer, cuando me doy cuenta de que lo tengo delante y de que mi compi me está llamando.

—Judith, ¿me oyes?

—Sí, claro que te oigo —contesté en seguida. Y reponiéndome como pude, miré a ese adonis italiano y dándole la mano exclamé de forma muy coqueta—: Es un placer conocerle Señor… —y ahí me quedé porque no me había enterado de su apellido.

—Llámame Marco, por favor Judith.

¡Toma ya! Creo que en el momento en que dijo mi nombre y nuestras manos se unieron, de un simple saludo pasé a tener un principio de orgasmo que todavía hoy no he acabado…

Qué magnetismo que tenía el tal Marco de los cojones…

Después de tres horas de reunión, pasamos a una sala donde se había preparado un pequeño coctel de bienvenida para entablar relaciones. A esos cocteles suelen ir solo los gerentes y  directivos, yo, que soy la huerfanita de la empresa, mi propia jefa y empleada, porque trabajo sola yo conmigo misma, nunca asisto a tales celebraciones. Sin embargo ese día, hubiera dado mis zapatos Jimmy Choo como pago por estar dos minutos más contemplando al morenazo. Y como por arte de magia, una de las gerentes, me llama y me pide que les acompañe. ¡Uauuu! Y sin perder mis Jimmy Choo…

Me sentía atraída por el italiano, por como sus manos cogían la copa de vino, por su sonrisa perpetua, típica de los negocios donde todo el mundo parece estar a gusto, y por sus ojos… ¡Ostras! Que me mira a mí… Me va a dar un vahído, se acerca, viene a hablar conmigo. Aquí está, delante de mis narices hablando de vete a saber qué, porque desde que se me ha acercado solo he conseguido respirar indicándole a mi cuerpo cómo debe hacerlo. Inspira, expira. Inspira, expira.

—Me parece muy interesante el mundo de las redes sociales. Es un maravilloso mundo donde darse a conocer, ¿no te parece Judith?

Y mientras me hablaba, yo mal interpretaba sus palabras, oyendo—: Tengo ganas de follarte Judith. —A lo que yo le contesto—: yo también de que lo hagas.

Inmediatamente oigo una sutil carcajada por debajo de su nariz, y levantando su mentón y sobre todo sus ojazos, me dice—: no has escuchado nada de lo que te he dicho, ¿verdad?

—No —le contesto sin más.

—Bien. Me gusta la sinceridad, y me gustas tú.

Esta vez sí que estaba escuchando, y me acababa de decir que le gustaba: ¡oh my god! A este me lo trajino antes de que vuelva a su país.

—Si estás libre esta noche, me encantaría invitarte a cenar en el restaurante de mi hotel. —¿En serio acaba de proponerme lo que he oído? ¿Y yo no puedo ir? Me cago en mis Jimmi Choo, en mi bolso Louboutin, y en todo lo que se menea… Prometí a mi hermano que cuidaría de sus retoños esta noche, para que él y mi adorable cuñada pudieran asistir a una charla de no sé qué. ¡Joder!

—Nada me apetece más, pero lamentablemente tengo algo que no puedo cambiar.

—Es una pena. Mañana después de la reunión regresamos a Italia.

No me lo puedo creer, me voy a perder un revolcón con este peazo de tío. Después del coctel seguirían reunidos con otros departamentos de la empresa, con lo que no sé a qué hora podría estar libre el colega, y yo a las siete tenía que estar en casa de mi hermano.

—Otra vez será… —le contesté pasándome la lengua por el labio inferior. Lo sé, lo sé, es del todo insinuante pero es que el tío estaba para eso y para mucho más.

—Si todo va como espero, tendremos ocasión de volvernos a ver.

Iba a decirle que me diera su dirección, que cualquier finde me cogía un avión y me iba a su casa para dejarlo seco, pero como siempre tiene que haber un moscón cojonero que interrumpa momentos de placer.

—Marco, me gustaría comentarte algo si tienes un momento. —Esa era la mujer súper refinada.

—Discúlpanos Judith… —me dijo mientras se apartaba cogido del brazo por la mujer elegante.

Después de comer algo en la cafetería de siempre, regresé a la oficina para trabajar un poco. El café de después de la ensalada me había espabilado, y quería acabar un post. A esas horas la oficina siempre estaba más tranquila, la mayoría estaba comiendo, entre los que se encontraba mi apuesto e increíblemente sexy italiano.

Dos horas después, había acabado el post y otras muchas cosas. Estaba enérgica, seguramente por las ganas de follar y no hacerlo. Y decidí que me quedaría en la oficina hasta las siete, y así adelantar faena. Ese día no tenía tiempo de ir al gimnasio. Pero necesitaba ir al baño, y prepararme una hierbecita para no retener líquidos por estar dos mil horas sentada.

De camino a la mini, y digo mini porque es ridícula, cocina donde nos apretujamos para hacernos un café o una infusión, entré en el baño. Los baños de nuestras oficinas son lo mejor que tenemos. Se han renovado hace relativamente poco, y os explico cómo son por lo que pasó después con Marco…

Convirtieron una sala grande en dos salas adyacentes, hombres y mujeres. Cada sala está compuesta por tres grandes, enormes, baños, donde te podrías tirar al suelo y cabrías entera, mido un metro setenta y cinco, y os aseguro que se puede… Están tan limpios que a veces comería mejor allí que en ese cubículo de miniatura que llaman cocina.

Ambas salas comparten una entrada común, con incluso dos butacas y una planta preciosa que no sé cómo sobrevive sin luz natural. Un espejo enorme y precioso, con un lavamanos de mármol muy elegante. Llámame snob, pero siempre me lavo las manos justo aquí, en el lavamanos que seguramente nadie usa porque es más decorativo que otra cosa. Y estaba yo lavándome las manos, cuando se abrió la puerta, y sin mirar ya supe quién era por el olor. Pero qué perfume llevaba ese hombre que me volvía tan loca. Levanté la cabeza y miré a través del espejo. Allí estaba tras la puerta y sin moverse mientras me miraba fijamente. Supe en seguida cual iba a ser nuestro siguiente paso. Se acercó a mí por detrás, y llevó sus manos a mis pechos sin dilación. Directo y seguro, como a mí me gusta.

El vestido que llevaba, tenía un gran escote, abrochado con botones invisibles por estar en el interior de la tela semitransparente y ligera. Acceso fácil para cualquiera, pero más para Marco que se notaba su master en sexo, o lo que es lo mismo, muuuucha práctica. Me erguí para facilitarle el paso, y además aproveché para llevar mis manos a su miembro, tieso como un palo, duro como una piedra… Todavía recuerdo lo preparado que estaba, lo dispuesto. En seguida caí en la cuenta de que estábamos en la entrada de unos baños de oficina, con lo que fácilmente podría entrar alguien, los que trabajamos en oficinas sabemos lo asiduos que somos a los baños. Entonces tiré de él, y lo dirigí dentro de los baños de mujer. Sí, esos donde se puede estirar una en el suelo por lo espaciosos que son y lo limpios que están. Entramos en el último, el que tocaba a la pared, al lado de la ventana. Marco no opuso resistencia. En seguida cerré la puerta, y sin perder ni un segundo le abrí el botón del pantalón y le bajé la cremallera. Me encantó lo que descubrí, llevaba unos bóxer con abertura frontal, facilitan mucho la faena en situaciones como en la que nos encontrábamos, no podíamos perder tiempo desnudándonos. Saqué su polla dura y empecé a acariciarla. Él apartó mi tanga a un lado, siempre los utilizo muy muy pequeños, y me metió los dedos por la vagina. Ambos estábamos calientes, e intentábamos no emitir ruido, aunque algún gemido se escapaba de nuestras gargantas.

Una vez se mojó los dedos con mi flujo, empezó a frotar mi clítoris. Yo entre el morbo de la situación y lo espectacularmente bien que el italiano lo hacía, casi llegué al orgasmo, mientras seguía acariciando su tiesa polla.

Pero como era de esperar, la puerta se abrió y entraron dos personas. Eran dos chicas que se iban a lavar los dientes antes de volver a sus quehaceres. No podíamos movernos o nos oirían. Nos quedamos quietos, cada uno con la mano en las partes del otro. Pero después de unos segundos, mi parte perversa ganó, dejando que mi mano volviera a subir y bajar por aquel palo tieso. Él me miró con ojos de súplica pero yo no le hice caso y seguí masturbándole sin parar. Él luchaba entre no gemir y apartarme o seguir disfrutando. Era todo un espectáculo ver su pasión y ardor. En cuanto las chicas salieron, él me dijo de todo en el oído, cosas como—: Ahora vas a ver quién es más cabrón de los dos.

Mientras apartaba mi tanga del todo, y buscaba un preservativo en su cartera. Yo estaba a cien. Él estaba a mil. Pero de nuevo se abrió la puerta. Esta vez era la secretaria personal de la gerente, que me buscaba impaciente.

—¿Judith estás aquí?

Me quedé tiesa, y sentí tal bajón que por poco me mareo. Como pude le contesté:

—Sí, estoy aquí. Algo indispuesta…

—Disculpa que irrumpa de esta manera, pero la gerente me ha pedido que os reúna a todos en la sala. Solo serán cinco minutos. ¿Crees que puedes hacerlo? —me preguntó inocente la chica.

—Sí, no te preocupes, en seguida salgo.

—Bien, gracias Judith.

Se oyó cómo se cerraba la puerta y le seguía silencio. De nuevo solos. No hizo falta decir nada. Ambos sabíamos que no podíamos acabar lo que habíamos empezado. Me recoloqué el tanga y el vestido, y salí del baño. Fuera me retoqué el pelo, y salí disparada hacia la sala de reuniones.

Al día siguiente, coincidimos por los pasillos, pero fuimos profesionales, había gente a nuestro alrededor. No hubo encuentro furtivo… Me quedé con las ganas de que aquel semental me montara. Según me han dicho es muy probable que nuestras empresas hagan negocios. Si así fuera, espero poder acabar lo que empezamos. Y si sucede, os lo cuento.

¡Hasta la próxima!

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El contenido es fruto de la ficción creada por Ammi Roam, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

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Yul Costa
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