EL MÓVIL: LA PUERTA POR LA QUE SE ENTRA…
AVISO IMPORTANTE: si tienes entre 6 y 30 años, te recomiendo que no leas este escrito. Me explico: por más que yo lo intentara nunca llegarías a entenderlo porque perteneces a una generación diferente a la mía, y hay cosas que hablamos en diferentes idiomas. Pero haz lo que quieras, si tu curiosidad te supera, léelo, quien avisa no es traidor…
Dicho esto empiezo mi relato de hoy. Es domingo y he tenido el placer de compartir con mi marido un desayuno perezoso en el que divagamos sobre mil temas, sin solucionar ninguno (si no lo has probado nunca te animo a que lo hagas, sienta genial).
Estábamos cada uno con nuestras exposiciones cual oradores profesionales… en la terraza de nuestro hogar, café en mano y dejando que nos invada la paz del lugar, mientras un móvil encima de la mesa orquestaba y rompía nuestra, en este caso MI, tranquilidad. Y digo ‘mí’ porque mi marido es de poco nervio y yo de mecha corta, supongo que por eso nos entendemos.
Mientras seguimos enzarzados en nuestra conversación, el móvil sigue emitiendo vibraciones y pitidos, supuestamente silenciosos. Lo miro una y otra vez, como si mirándolo el móvil fuera a entender mi pensamiento, que no es otro que necesito que pare de hacer ruiditos. Como es una máquina, no se entera de mis miradas asesinas y sigue con sus bip, bip. Hasta que ya no puedo más y lo cojo y lo llevo a un rincón alejado muy mucho de nosotros. Cuando ya ha desaparecido de mi campo de visión y de mi audición, seguimos con nuestra charla tranquila dominguera.
Mientras escuchaba a mi compi en una de sus explicaciones catedráticas sobre la experiencia de la vida u otra cosa parecida…, a mí y a mi mala costumbre de pensar en cosas mientras escucho, se nos ocurre la genial idea de escribir un retal sobre lo que me acababa de pasar, y es que no es para menos. A ver entiéndeme no es nada excepcional lo sé, simplemente hago una reflexión. Todavía me invaden recuerdos en los que la gente se reunía alrededor de una mesa y por toda interrupción tenías un camarero que tomaba nota de las bebidas, en el caso de que te encontraras en un bar, ¡qué tiempos aquellos! Sin embargo ahora, en una terraza de una casa de una urbanización perdida del mundo, son miles las interrupciones que se pueden recibir de un cacharro que no ocupa más de 10 centímetros, ¡alucinante!
Hace un tiempo, no tanto, las personas se interrelacionaban mucho más que ahora y sin necesidad de un teléfono o una red social. Nos llamábamos a gritos, o te espabilabas y quedabas el día anterior para el día posterior. También se podía ir a casa de alguien y, ahora viene lo mejor: ‘llamar a la puerta para poder entrar’. Sin embargo, en la actualidad contactar con alguien es tan fácil como enviar un whatsapp, un e-mail, una llamada o mil formas más de entrar en la vida de alguien a cualquier hora.
Quizá llegas a este punto del escrito y eres de los que diría: —Perdona bonita pero el que envíes un whatsapp no implica que obligues al otro a leerlo ipso facto —. Sería una afirmación de lo más lógica y evidente, pero yo te contestaría con la siguiente pregunta: —De verdad, sé sincero/a, ¿puedes dominar el impulso de leer los whatsapp tan pronto lo recibes? Y lo que es más importante, ¿puedes leer un whatsapp y contestar en otro momento? Mi respuesta es esta—: lo intento e incluso a veces lo consigo, sin embargo no siempre salgo victoriosa. Y parto de la base de que en mi casa entra quien yo quiero cuando yo quiero… (Es una forma muy borde de explicarlo, pero muy real), y con esta bordería* ¿qué quiero decir?, pues que si yo, que soy una tía súper reacia en cuanto a dejar que la gente entre en mi intimidad cuando le de la real gana, tengo que luchar para no caer en la tentación de estar al día del was, o mails, o… la lista en tan larga que paso de escribirla… No me quiero imaginar qué le pasa a aquél/la o aquellos/as que son dados a abrirse en canal delante de cualquiera y demostrar que la intimidad es el invento del maligno, y que está demasiado sobrevalorada… Pero la respuesta es fácil, hoy en día el móvil es la puerta por la que se entra sin llamar.
Sí, seguramente estés pensando que soy una prehistórica, un dinosaurio, y quién sabe, quizá lo sea sin darme ni cuenta… pero también quizá y solo quizá, he tenido el privilegio de vivir en un mundo mucho más libre donde la gente expresaba sus deseos, anhelos o sueños a través de la palabra verbal delante de oyentes que miraban y escuchaban, o a través de una carta con código postal y sello, que llegaba cuando llegaba.
Estamos en un mundo que da hasta vértigo, y te voy a sorprender, ya que has llegado hasta aquí tengo que agradecértelo de alguna manera, sé que tu tiempo es oro y que seguramente tu móvil lo tengas lleno de notificaciones… Estoy encantada con las nuevas tecnologías. Me súper flipa el whatsapp, y demás app de relaciones, la posibilidad de conectar con alguien aunque esté a miles de quilómetros de distancia en un solo clic. Pero lo que me gusta menos es lo poco que nos han adiestrado/enseñado en el manejo de las mismas. Si te has sentido identificado en algún momento conmigo, es porque eres tan dinosaurio como yo… Si eres de los que se han pasado por el forro el AVISO IMPORTANTE y has leído este escrito hasta aquí, seguramente estás flipando y también eres de los que mientras lo leías ibas mirando tu móvil y actualizando tu estado de vete a saber qué… Pero, ¿sabes una cosa? Pertenezcas al grupo que pertenezcas, estamos todos unidos en un punto:
‘No sabemos organizar nuestro tiempo social digital’
Nuestra curiosidad, ansia, soledad, o cualquier otro motivo, nos anima a tener el móvil sin notificaciones pendientes de atender, o lo que es lo mismo, haber contestado a todo lo que nos ha llegado en tiempo record. Y si eso implica no escuchar a tu hijo mientras te explica la gran hazaña del día, o te pierdes una mirada de amor, o el gran saludo de un amigo, pues se asume y a otra cosa. Podemos llegar a perdernos la relación real física por atender una relación digital, ¡increíble! Y déjame que añada algo que me indigna un montón: estás hablando con alguien cara a cara, a ese alguien le suena el móvil, no tiene que ser una llamada, puede ser una notificación de mail o lo que sea, y ese ruidito pasa a primer plano, y tú que estás ahí delante te quedas en un segundo plano y, por qué no decirlo, con cara de tonto… porque te voy a decir algo, cuando a mí me pasa no sé ni que cara poner, ensayo una sonrisa que se queda congelada cual glacial, y a esperar que no se me note demasiado el cabreo que he cogido en ese momento y las ganas de irme que tengo. No lo encuentro justo, creo que la persona física debería tener el papel protagonista.
*Bordería: es una palabra inventada. Espero no molestar a nadie por utilizar palabras inventadas de vez en cuando.
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